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Alain Touraine
“La juventud vive un clima de caída social”
Lunes al mediodía en Paris y las radios, las televisiones y los comentarios en la calle van y vienen agitados en busca de la última noticia. Desde el Palais de l’Elysée, un escueto comunicado dice que “Bajo propuesta del primer ministro y después de haber oído a los presidentes de los grupos parlamentarios y responsables de la mayoría, el presidente de la República ha decidido reemplazar el artículo 8 de la Ley de Igualdad de Oportunidades”, el Contrato del primer empleo. Por este artículo los estudiantes universitarios tomaron la Sorbona por primera vez desde 1968, y millones de personas se manifestaron en toda Francia. A la par, las noticias que llegan desde Italia, tienen el mismo vértigo de los teletipos sin información: aún no se sabe quién gana. De las elecciones peruanas, se sabe quién va primero, pero no quién va segundo.
Alain Touraine (Hermanville-sur-Mer, 1925), parece atrapado por la vorágine de la información del día en su pequeño despacho de la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales, cerca de los Jardines de Luxemburgo: habla por teléfono a Italia una y otra vez, luego le pide información a su asistente sobre Perú (“preocupante, preocupante”, dice), consulta qué dijo Villepin.
El sociólogo francés más reputado sigue en intensa actividad a sus 81 años, y en las noticias está su laboratorio. Desde el comunismo utópico de los estudiantes de Nanterre, en mayo de 1968, a los astilleros polacos de Gdansk, en el origen del movimiento Solidaridad de Lech Wallesa; de las condiciones de los trabajadores en Renault, al Chile de Bachelet, todo es motivo de análisis. Y sobre todo hoy, el levantamiento estudiantil francés contra la ley de trabajo.
-¿Estamos ante el renacimiento de un movimiento social?
-No, para nada. Y por una razón bastante material: desde hace veinte años, el movimiento estudiantil en París sufre una crisis crónica de cada dos años, que se corresponde a las crisis crónicas de los jóvenes.
-En este caso, ¿qué elementos se destacan?
-Hay elementos destacables, pero son más bien simbólicos. El Contrato del Primer Empleo es una cosa importante, pero que no afecta a todos los estudiantes. De todas maneras, por su carácter simbólico tiene un alcance material, que es el que estamos viendo.
Deben señalarse cuatro cosas: primero, que a través de este movimiento, la gente se ha dado cuenta de que hay una tasa de desempleo más alta de lo que suponía. Segundo, la mitad de los estudiantes trabaja, no son hijos mantenidos por sus familias, así que por ello tienen ya una conciencia de asalariado. Tercero, aunque tengan un nivel de estudios relativamente alto, deben pasar años para lograr lo que antes se lograba en menos tiempo. Y finalmente, lo más importante desde mi punto de vista, es que la juventud de hoy vive en un clima de caída social. No hay crecimiento, no hay creación de nuevos empleos, hay amenazas que vienen no sé de dónde. Por lo tanto, ellos van a vivir a un nivel mas bajo que el de sus padres.
-¿Hacia donde va la crítica de los jóvenes? ¿Va más allá del CPE?
-Sin dudas. Los movimientos estudiantiles, como los movimientos en general en Francia, eran dirigidos directa o indirectamente contra el estado. La principal intención era ejercer presión contra el estado. Y esta es la primera vez, y por eso hay gran amplitud, que la gente toma conciencia de que vivimos en un mundo liberal y por lo tanto reacciona a lo que parece ser este mundo: la lógica del mundo liberal es la lógica de precariedad.
-¿Los jóvenes son concientes de lo que están pidiendo?
-¡No! Los jóvenes sienten que están viviendo un mundo liberal y que este liberalismo significa precariedad. Entonces lo que quieren, lo que piden en el fondo, es que el estado se haga cargo de ellos… lo que en cierta medida, es la única solución: si la empresa no paga, que pague el estado.
-¿La lucha de los estudiantes es contra un modelo económico?
-Yo creo que es una característica nueva de lucha, una manera de altermundismo. En el mercado mundial, países como Francia están desubicados porque tienen un nivel de vida alto y están perdiendo competitividad; la tradición francesa considera que contra el mercado hay una sola cosa por dar: el estado nacional. Y el sector público no da lugar para todos, los jóvenes franceses quieren entrar al sector público, porque es el único lugar donde se sienten protegido. El problema es que no se ofrece una alternativa. El sector privado ofrece precariedad y el estado, superprotección. Obviamente que cualquiera va a elegir la superprotección, no la precariedad.
-Las empresas exigen más flexibilidad, o amenazan con irse a otros países…
-…las empresas necesitan poder echar más fácil a la gente. Esto no es malo ni bueno. Si las empresas necesitan eliminar a los trabajadores, el estado debe dar garantías. Si la empresa no da garantías, entonces debe darlas el estado. La solución que se propone es que nadie dé garantías. Esto llevará a una sublevación total.
Ya son muchos años de liberalismo, y al final ni hay crecimiento por aquí, ni crecimiento por allá. Bastante desigualdad y exclusión social. Volvamos, entonces, tranquilamente a una solución más del tipo socialdemócrata.
-¿Cree que el gobierno retiró el CPE por estas manifestaciones?
-Es un hecho importante que la gente habla del CPE, y esto sucede gracias a la movilización de los estudiantes.
-¿El movimiento social que se originó a partir de estos hechos, tienen capacidad de negociación?
-Francia es un país donde no se ha negociado nunca. Las grandes misas de las negociaciones colectivas, en el 36, en el 68’, son falsas negociaciones. El estado llega con una ley, le dice a los sindicatos y a los empresarios que deben firmarla y listo. Y esta vez, la estrategia de los sindicatos y los estudiantes tampoco contemplan ninguna negociación.
Incluso, hay gente que quiere ir hasta la renuncia de Villepin.
-¿Los sindicatos han retomado cierto lugar de presión y poder?
-No, los sindicatos por cualquier cosa que pase, están presentes. Se manifiestan por cualquier cosa. Algo sucede en Filipinas, ellos están aquí en la calle.
-¿Qué tiene que ver esto con Mayo del 68?
-Nada, aquello fue una cosa muy distinta. Aquí hay que buscar puntos en común con lo sucedido en noviembre. No se olvide usted que el CPE nace como respuesta a noviembre. Los jóvenes que queman autos, lo que están haciendo es reaccionar contra la marginación a la que se les somete. Se está marginando a los jóvenes, y cada estrato social se manifiesta a la medida de sus posibilidades. Además ahí hay otro tipo de discriminación, que tiene que ver con lo étnico. Se los discrimina porque son árabes.
Pero piden lo mismo, los que queman los autos y los que se manifiestan contra el CPE piden lo mismo, son concientes del grave proceso de desintegración que están sufriendo. Dentro de la juventud está muy clara la idea de “nos echan”.
-¿Tienen representatividad?
-Lo de noviembre es más complicado porque hay una ganancia de algunos sectores detrás de todo esto. Pero que quede claro: es un grupo de violentos que van a quemar autos de sus vecinos. Por su parte, los estudiantes han conseguido hacerse eco en la sociedad, pero tampoco podremos decir que haya representatividad.
-¿Hay ideología detrás?
-En ambos casos, es un cosa vaga. Es la expresión de una incapacidad para tratar el problema.
(Entrevista publicada en Argentina)
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Juan Goytisolo
“Cuando se busca la pureza,
se derrumba la cultura”
Llega Juan Goytisolo (Barcelona, 1931) y el auditorio se cierra en un apretado aplauso. Son amigos, viejos compañeros de colegio, familiares, admiradores, lectores, traductores, editores, colegas. Algunos, se ven las heridas, luchadores a la par en esas inagotables trincheras literarias y de las otras. Porque si algo tiene Juan Goytisolo es una batalla ganada. Y otras más: al franquismo, al exilio, a la cerrazón cultural, a la pureza macarra, a las malas letras. Las perdidas, que son tantas, son las mismas que perdimos todos.
Llega, toma asiento, y se pone a conversar, como si nada. Como si ayer mismo hubiera salido de una Barcelona infecta de dictadura rancia, hacia un París que no recibía con los brazos abiertos a nadie, y sólo era una fiesta para Hemingway. A esos barrios, lleno de argelinos escapando de su propia guerre, envuelto en los brazos de una mujer y una editorial, Gallimard, arriba Juan Goytisolo, para perder de vista a la patria, y caminar, hasta hoy, el camino del desarraigo, el exilio y el nomadismo.
Era la misma época en la que los hermanos Goytisolo (José Agustín, Luis y el propio Juan, todos destacados escritores y poetas) eran más conocidos en las cárceles que en las librerías.
Allí, en el París lejos de la torre Eiffel de postal, ante la duda de qué hacer con los inmigrantes árabes y africanos que llegaban tras su propio sueño europeo, Goytisolo toma el toro por las astas y aprende sus idiomas, y traza el puente más importante hacia la cultura recién llegada. Y se la presenta a Jean Paul Sartre y Simeone de Beuvoir.
Después del Arcipreste de Hita, el poeta castellano del siglo XIV, Juan Goytisolo se convierte en el primer escritor español en hablar el árabe dialectal del norte de Marruecos. Ha traducido a los escritores árabes, y a los turcos, al español y al francés.
Ha hecho de su obra, un territorio sin fronteras donde el mestizaje entre lo árabe y lo ibérico, el mundo en ruinas y el hombre moderno ahorcado por sus propias contradicciones, son las arenas movedizas que pisa seguro y firme, sin riesgo de caer en el facilismo del panfleto político.
Murió Franco en su cama, y para Goytisolo eso llegó demasiado tarde. Tenía ya su casa en París, y tenía su casa en Marrakech, donde vive actualmente.
A España, sólo vuelve por razones literarias, como la que organizó la editorial Galaxia Gutenberg/Círculo de lectores, con la excusa de anunciar y presentar la publicación de sus Obras Completas, pero con la razón de una serie de homenajes en torno a su figura: “Juan Goytisolo, el árbol de la literatura”.
En el fructuoso e indulgente enroque entre la literatura medieval, la modernidad, el realismo críticosocial, la poesía y la prosódica (pide que su obra sea no sólo leída, sino recitada), Juan Goytisolo recopila ahora sus primeros textos con una fuerte mirada autocrítica. De su primera etapa, compendio del primer volumen de los siete tomos, incluye el libro de ensayos Problemas de la novela (1959); el artículo “Por una literatura nacional y popular”, y cuatro novelas: Juegos de manos (1954), con la que “quema naves y asume su extranjeridad”, Duelo en el Paraíso (1955), Fiestas (1957) y La resaca (1958). Novelas que Goytisolo considera anteriores a su actividad literaria madura, iniciada con Señas de identidad (1968).
El primer tomo se completa con otros seis: Narrativa y relatos de viajes, Novelas II, Autobiografía, viajes y testimonios, Novelas III, Ensayos literarios y Misceláneas y obra periodística.
“Incompletas, que todavía estoy aquí”, es lo primero que dice Juan Goytisolo. Las obras (in)completas las presenta en España Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, y son de pronta distribución en Argentina y Latinoamérica.
Imposible hacer un hueco en la agenda comprimida de Goytisolo, idas y vueltas al hotel sobre las Ramblas de Barcelona en vano. Una conversación de varios días, que acaba por teléfono, a tres calles de distancia.
-¿Cómo lleva esto de tantos homenajes?
-Los estoy soportando… duramente. Procuro recuperarme un poco, paseando por Barcelona.
-Por lo menos ya no lo nombran persona non grata…
-Me han declarado dos veces persona non grata en España, pero sé que tengo razón. Cuando me hacen un homenaje, no estoy seguro…
-¿Ya se lleva mejor con los homenajes?
-Para mí son cosas absolutamente exteriores, y no me afectan en nada.
-¿Cómo ha sido revisar sus libros para las Obras (in)Completas?
-Cuando me hicieron la propuesta, dudé un poco, pero finalmente la acepté. Siempre es interesante leer esto escrito hace tanto tiempo. Las leí como si las hubiera escrito otra persona. Las he leído con una mirada totalmente nueva, como alguien ajeno al texto. Entonces, a veces me he encontrado con buenas sorpresas, y en otros casos he confirmado mis temores. Desconfío de las identidades fijas.
-Ha quitado El circo, de 1957.
-Está bien que se impriman mis errores, pero no la mediocridad. Uno no avanza si no es autocrítico.
-Es considerado por muchos uno de los escritores más importantes de España, pero considera que su patria es otra. ¿Qué es la patria?
-La patria es la lengua en la que escribo. También son diversas ciudades. La literatura que amo es mi verdadera patria. He aprendido tanto de algunas ciudades, como de los libros leídos.
-Ha dicho que si no fuera escritor, sería urbanista…
-Mis textos son textos-ciudades. Caminar una ciudad, es tomar posesión del territorio…
-¿Para ser escritor hay que irse?
-Yo empecé a escribir a los ocho años. Pero sí, hay que irse. Hay que irse cuando hay una dictadura sofocante como la de Franco. Y cuando uno se va, ya se ha ido. Llegar a Paris fue descubrir el abismo que tenía Barcelona en esos momentos. Salir de España fue como sacarme de encima un chapapote asqueroso. Y en Francia aprendí catalán, inglés, árabe, turco…
-¿Encontró en Francia un refugio no sólo en lo cotidiano, sino en lo literario y en lo editorial?
-Gracias a Monique Lange, que era mi pareja, entré en la editorial Gallimard y durante ocho o nueve años fui el responsable de literatura española.
-¿Argentina y México fueron sus primeras patrias editoriales, como llamó a esos países?
-Los libros prohibidos en España se editaron primero en Argentina y luego en México.
-La periferia desde la escribe está clara. En el centro que evita, ¿quiénes están?
-Están los que mangonean la vida literaria, como dicen en Argentina. Hay que evitar a los que manipulan la literatura.
-Usted defiende la hibridez ante la pureza. ¿Qué pasa cuando una cultura rechaza esa hibridez y se queda en la pretensión de pureza?
-El ejemplo de España, y el de una cultura que conozco bien como la árabe, son clarísimos ejemplos. En España había una riqueza literaria extraordinaria. La Inquisición y la presión y persecución a los conversos, de los racionalistas, de los protestantes, acabaron con la cultura. En el Siglo XVII, España era desierto. Algo parecido ocurrió con la cultura árabe en el siglo XIV, una cultura que era extraordinaria y entró en busca de la pureza religiosa y de lengua. En España, hubo limpieza étnica, y también limpieza lingüística. No hay que olvidar que (Antonio de) Nebrija fue el primer gramático que decía que la lengua es compañera del Imperio, sacó del idioma español muchas palabras de origen árabe. Hay 4000 palabras árabes en el castellano. E ideas como la asociación de testículos con huevo, o leche con el semen, vienen del refranero morero. Cuando se busca la pureza, la cultura se derrumba. La cultura española es fecunda cuando tiene interés sobre culturas ajenas. La falta de interés la lastra.
Entre las diversas actividades del homenaje, se llevó a cabo un diálogo entre Goytisolo y el escritor y poeta turco Orhan Pamuk (Estambul, 1952), premio de la Paz de los Libreros Alemanes 2005 y a punto de sufrir una condena en su país por “insulto a la identidad turca”, al reconocer el genocidio armenio.
El diálogo estuvo lleno de anécdotas, viajes de uno y de otro, y los parecidos entre la modernización de España y de Turquía. Para Goytisolo, Turquía y España son dos países que pasaron de ser un gran imperio a una época de decadencia. Un cambio impulsado “por el abandono de la diversidad y de la apertura cultural”. Para Pamuk, quien reconoció a Borges y a Calvino sus maestros literarios, en la modernización de Turquía se está dejando a un lado el pasado, “por la ansiedad que tenemos de entrar en Europa, se pide que olvidemos nuestro pasado persa y árabe”.
“Han pasado de quemar automóviles en videojuegos a la realidad”
Goytisolo conoció de primera mano los problemas que mueven al mundo y desde allí plasmó sus reportajes sociales y ensayos. Postguerra, guerras, “preguerras”, Cuba, Sarajevo, Argelia, Chechenia, el mundo islámico, la inmigración y la xenofobia en España, el “desafío de Europa”…
En cualquier conversación con Goytisolo en estos días, es inevitable referirse al olor de autos chamuscados que baja desde Francia y amenaza toda Europa.
En 1982, escribió “Palimpsesto urbano”, en Paisajes después de la batalla. Un texto sobre el tenso y desafiante barrio parisino de Sentier, inmerso en un “clima de sordo e impreciso temor, discordia civil”. Toda una mirada visionaria sobre los problemas que azotan Europa.
-Lo que ha pasado hace unos días en Melilla y Ceuta, lo que pasa estos días en Francia… ¿es por allí donde va Europa?
-El continente africano, sobretodo el norte de Marruecos, se ha convertido en lo mismo que Tijuana o el Río Grande. La frontera con el sueño americano, y con el sueño europeo. Esto es imposible de detener, lo están deteniendo por ahora, pero entrarán de otra manera.
-Y duplican las cercas, las elevan, las coronan de espinas… Usted se mofaba de esto hace poco en un artículo…
-Lo paradójico es que mientras estos subsaharianos, y el resto de africanos, intentan desesperadamente, entrar en el sueño europeo, poniendo en riesgo su vida, los que ya están en el sueño europeo están quemando automóviles. Es algo que hay que reflexionar seriamente.
-“Liberté, égalité, fraternité”, al final no es para todos…
-Significativamente, son las mismas leyes que aplicaron en 1955 con la población argelina en París, durante la guerra de Argelia, y no resultaron. El toque de queda, y todo esto, cuando yo llegué a París. Es exactamente igual…
-¿Qué ha quedado de aquel Paris al que usted llegó, en la década del 50?
-Hay barrios que han cambiado poco. Y ahí está el problema.
-¿Es posible la integración? ¿Qué hay que hacer?
-La integración es un éxito en las ciudades con barrios multiétnicos. Pero el problema es cuando se crean ghettos. He visitado estos ghettos en París, son torres de quince pisos y no hay nada. La gente no trabaja, no tiene trabajo y se la pasa jugando a los videos juegos… precisamente de esos en los que se queman automóviles. Y han pasado de quemarlos en videos juegos a la realidad.
-¿Cree que esto puede marcar el fracaso de Europa?
-Necesitamos una reflexión muy seria. La llegada de inmigrantes de América latina, de África, de Asia, es imparable. Y va a aumentar
-¿Los gobiernos están a la altura de la situación?
-No, los gobiernos no están a la altura y habrá que cambiar de educación, y cambiar de perspectiva
-España, usted ha dicho que es una nueva rica. ¿Cómo cree que trata a los inmigrantes que llegan?
-Como el resto de Europa. Pero depende de la región. Hoy estuve en el barrio del Raval (Barcelona) y me he sorprendido gratamente de ver una serie de asociaciones con voluntad de integrar a los inmigrantes. Luego hay bolsas, como las de Murcia, o los campos de Cartagena o en El Ejido (Andalucía) donde se están creando unos ghettos terribles…
Extracto del prólogo al Volumen I, Novelas y ensayos.
“Si tomamos como punto de partida Juegos de mano, escrita a los 23 años y publicada un año después, esta edición de Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores comprende cuatro novelas de juventud, que salieron a la luz entre 1954 y 1958: obras que denotan el influjo de lecturas no asimiladas del todo y cuyo valor literario no puedo enorgullecerme en exceso (…) Esta insatisfacción respecto a mi propia labor me induciría a prescindir de cuanto escribí y publiqué desde 1953 hasta 1964, pero en este caso no se trataría de unas Obras Completas, sino Selectas…
Todas estas obras deberían ser leídas en el marco de un planteamiento generacional: el del propósito de testimoniar –mío y de otros escritores- el atraso y opresión vividas por una mayoría de población hispana durante la interminable posguerra franquista…
Argentina, México y Francia fueron mis patrias editoriales por espacio de más de diez años, frente a medios de comunicación que reducían los contenidos de la vida nacional a las reseñas de los partidos de fútbol, corridas de toros e inauguraciones y audiencias del jefe de Estado, la realidad constituía para nosotros una forma original de evasión”
(Entrevista publicada en España y en Argentina)
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Enrique Vila-Matas
“Me apasiona el lenguaje de la locura”
Bastan sus cinco minutos de retraso para que supongamos lo peor y lo más evidente: Vila-Matas ha desaparecido.
Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948), con el que quedamos en el mismo hotel donde se cobija de los arreglos de baño y cocina de su casa, no llega. Igual que el protagonista de su libro “Doctor Pasavento” que a último momento decide faltar a la cita, y desaparecer.
Pasavento viaja en el tren de alta velocidad Madrid-Sevilla para asistir, junto al escritor vasco Bernardo Atxaga a un acto cultural donde dialogarán sobre verdad y ficción. Medita a lo largo del trayecto y cuando llega a Sevilla, pega media vuelta y se pierde por ahí. Comienza así un viaje tragicómico regido por “el arte de desaparecer” y el deseo de “no ser nadie” que lo lleva a Nápoles, Barcelona, Paris, ¿la Patagonia?, y Suiza. Y es precisamente en Suiza, en un manicomio de Herisau, donde vivió los últimos 23 años de su vida el escritor autodesaparecido Robert Walser.
Esta es sólo una de las bisectrices de la novela. La otra, transita a través de una calle de París, la rue Vaneau, tan pequeña que sólo tiene 80 números, y donde el escritor protagonista, y el propio Vila-Matas, se hospedan en cada viaje. En la misma calle, se encuentra la residencia del primer ministro francés, la embajada de Siria, la vieja casa de André Gide, el departamento donde Marx y Engels se conocieron y pensaron el comunismo. Estas casualidades, y otras muchas, se entrecruzan con el escritor que quiere renunciar a su yo, como Agatha Christie, Salinger, Thomas Pynchon, Robert Walser. (fotografía de la calle extraída de la página www.enriquevilamatas.com)
El problema deviene cuando a Pasavento, a diferencia de Walser y de Christie (a quien encontraron al onceavo día), nadie lo busca, nadie lo llama. Nadie piensa en él.
Robert Walser (Suiza, 1878-1956) es el héroe moral y literario del doctor Pasavento, como de Kafka y Benjamín que lo reconocieron su predecesor. Renunció a la gloria literaria, que le repugnaban tanto como el poder. Murió en la nieve, cerca del manicomio suizo en el que Pasavento y Vila-Matas, piden ser internados.
-¿De verdad fue al psiquiátrico y pidió que lo internaran?
-Sólo tenía pensando ver el edificio del manicomio y los alrededores de Herisau. Pero mis amigas Yvette y Beatrix, sin consultármelo, establecieron una cita con el doctor Kägi, el director. Al entrar en el despacho del doctor, yo no sabía qué podía decirle a ese hombre y por eso se me ocurrió pedirle que me internara por unos días para que pudiera saber cómo continuaba mi novela.
-No le creo.
-Debe creerme, es verdad. Aquí está Ivette que lo puede confirmar.
Ivette Sánchez, amiga de Vila-Matas, profesora en Suiza y personaje de Doctor Pasavento, ríe cómplice.
Enrique Vila-Matas, con justa razón, es considerado hoy uno de los mejores escritores europeos. Tras de sí, una prolífica obra lo avala, con veinte libros de prodigiosa narrativa, colecciones de artículos y ensayos literarios. Traducido a más de 18 idiomas, destacan “Suicidios ejemplares”, “El viaje vertical” (premio Rómulo Gallegos), “Bartleby y compañía”, “El mal de Montano” (premio Herralde), “París no se acaba nunca” (premio Mèdicis), todas en Editorial Anagrama.
Una vez más, el escritor barcelonés lleva la metaliteratura, su literatura, a lo más alto, dosificado de poderosa imaginación mezclada con la más absurda realidad, con un magistral manejo de la ironía y gran sentido del humor. “Estamos ante una catedral metaliteraria” ha dicho Jorge Herralde, su editor. Sergio Pitol, ha escrito que “desde el inicio de su obra, Vila-Matas ha planteado una idea de caída, un viaje hacia uno mismo, una excursión hacia el fin de la noche, la negativa absoluta de regresar a Ítaca, y en síntesis, el deseo de viajar sin retorno”.
“Esta es una novela de aventuras, de la aventura de un hombre que se queda solo y viaja hasta el final”, resume Vila-Matas.
-¿Cómo nace este libro?
-Estaba trabajando en un libro sobre la desaparición del sujeto en Occidente y pensé que este ensayo podría derivar en algo más narrativo. Pensaba escribir sobre la desaparición de Dios y del hombre, una desaparición ambigua, ya que el hombre desaparece para reafirmarse en Dios. En esa época, en el 2003, fui a dar una conferencia a El Escorial, una persona del público me hizo una pregunta impertinente, las preguntas impertinentes siempre se hacen desde la última fila. Me preguntó cuándo pensaba desaparecer. Me pareció que esto era el arranque de una novela. De allí me fui al castillo donde Montaigne inventó el ensayo, en Burdeos.
-Sus textos pertenecen a esa híbrida zona donde se confunden la realidad, la autobiografía y la ficción…
-No me interesa la realidad, sino la verdad. Y a ésta la busco a través de una fusión entre mi vida y la ficción. Practico lo que otros llaman “autoficción”.
-¿Le preocupa que el lector le crea?
-Todo depende de cómo un libro esté escrito. ¿Quién no cree en la existencia del Quijote, por ejemplo? Fui a París, alquilé una buhardilla a Marguerite Duras, hice amigos e intenté triunfar en esa ciudad. Fracasé y volví a Barcelona. Todo eso lo cuento en “París no se acaba nunca” y todo eso es verdad. Aún hay alguien que me pregunta si fue verdad. ¿Habrían preferido que les mintiera? Otro asunto es que mi vida pueda parecer una vida de ficción…
-¿Cómo llega a convertirse la literatura en su fuente de inspiración?
-Me miro a mí mismo y veo a un escritor que funde su vida con la literatura. Es todo lo que puedo decirle sobre esto.
-¿La literatura es su obsesión?
-Creo que recuerdo con mi actitud a aquellas frases de Kafka cuando en carta a Felice Bauer, que le había dicho que le parecía muy bien que “le interesara la literatura”, le escribe: “No, Felice. No es que me interese la literatura. Es que soy literatura”.
-Si bien parece que la obsesión de Pasavento es el desaparecer, ¿la locura sobrevuela toda la novela, verdad?
-No me gustan nada los locos, pero me apasiona el lenguaje de la locura porque permite decir cosas distintas, y su estructura interna es la libertad misma.
-¿Qué es el “factor Walser”?
-¿Me habla de mi vieja admiración por este escritor suizo, que revivió el destino de Hölderlin? Le remito a lo que Pasavento escribe de él: “En Walser, el discreto príncipe de la sección angélica de los escritores, pensaba yo a menudo. Y hacía ya años que era mi héroe moral. Admiraba de él la extrema repugnancia que le producía todo tipo de poder y su temprana renuncia a toda esperanza de éxito, de grandeza. Admiraba su extraña decisión de ser como todo el mundo cuando en realidad no podía ser igual a nadie, porque no deseaba ser nadie, y eso era algo que sin duda le dificultaba aún más querer ser como todo el mundo”
-¿Tuvo alguna vez la tentación de desaparecer?
-A eso sólo podría contestarle el doctor Ingravallo [heterónimo del doctor Pasavento, que hoy se halla ausente.
-En la novela cita al futbolista Javier Saviola, que declaró añorar firmar autógrafos en Barcelona. ¿Qué es lo peor de desaparecer para una persona pública?
-Me quejo de lo mucho que me impiden escribir cuando me persiguen para todo tipo de entrevistas, fotografías y otras zarandajas. Pero si alguna mañana en Barcelona no suena el teléfono en mi casa, me quedo muy inquieto y me pregunto aterrado si no se habrán olvidado de mí.
-Pasavento habla de la voluntad de un escritor que desea desaparecer, ¿se puede desaparecer en un texto?
-Uno mismo autodesaparece en su propio texto. Recomiendo mi modelo-Pasavento. Porque de esta forma, por muy paradójico que parezca, se autoafirma, sigue ahí. Hay que saber camuflarse, adelantarse a cualquier represión.
-¿Puede considerarse Pasavento como el libro que resume su obra y sus obsesiones? ¿Cierra un ciclo con este libro?
-Es el cierre de un largo ciclo, que tal vez se inició con “Bartleby y compañía”. Me siento más tranquilo que nunca.
-Este es su libro más extenso, ¿tan difícil es el arte de desaparecer?
-Es muy difícil desaparecer, aunque parezca sencillo. Queda perfectamente explicado en el libro. Pasavento desaparece con paso lento. Pasavento pasa lento. Una vez se ha difuminado del todo, en su propio texto, nada queda de él, salvo un precario recuerdo. Tan desaparecido está Pasavento que tengo yo, el autor, que responder por él en esta entrevista.
-¿Es este su libro menos “ensayístico”?
-Sí, pero de forma involuntaria. Pero tienen, creo, mucho interés las páginas en las que investigo sobre la esencia de la prosa feliz de Walser.
-¿”Doctor Pasavento” nace de un cuento de “Suicidios ejemplares“?
-Hay en ese libro de cuentos del año 1991 un relato, El arte de desaparecer, que sin duda anuncia que ese tema “reaparecería” tarde o temprano en mi obra. Cuenta la historia de un escritor italiano, Gesualdo Bufalino, escondido en Sicilia. El escritor juega al ajedrez, y como ve que a su contrincante le gustaba ganar, y a él le preocupaba menos ganar, le deja ganar. Esto está en el centro de “Doctor Pasavento”, porque es el modo en el que Robert Walser entendía la vida.
-En el libro cuenta las fabulosas aventuras que lleva a cabo el protagonista, y según parece, usted mismo. Como pretender internarse en Suiza, o fotografiar la calle parisina…
-Fue algo arriesgado. Francia es una potencia mundial, no es España para entendernos. Y me di cuenta de que lo más recomendable para mí era no ir ya más lejos en mi investigación, pues el asunto se podía volver peligroso para mí y, por otra parte, seguramente no valía la pena arriesgar tanto.
-En su obra hay surrealismo, ¿un surrealismo daliniano o más propio de Breton?
-Más propio de Breton, un surrealismo más engarzado con el clasicismo. En España se entiende por surrealismo una manzana al revés. De Dalí me fascina, no su surrealismo (que es una tomadura de pelo), sino su inteligencia. Cuando era joven, yo me parecía mucho a Dalí, hasta el punto de que fui a su casa de Cadaqués a entrevistarlo y él se quedó muy impresionado al ver que yo era su vivo retrato, aunque hacia el final de la entrevista cambió de idea y me dijo que yo era idéntico a Raymond Roussel. “¿Idéntico en qué?”, le pregunté. “En que tanto él como usted parecen tener los átomos enamorados”, respondió.
-¿Para qué sirve la ironía?
-Para concederle una importancia exagerada a todo lo que ocurre. La ironía crea escritores.
-Alguna vez dijo que se vanagloriaba de no encontrar nada en su niñez. ¿Ha cambiado su percepción? ¿La infancia puede ser fuente de inspiración, aunque haya sido “aburrida”?
-Ahora empiezo a ver que sí.
Bolaño y la literatura latinoamericana
-Mucho de los escritores latinoamericanos (Alan Pauls, Juan Villoro, etc.) mencionan su obra como referente. ¿Lo hacen para que usted les devuelva el favor convirtiéndolos en personajes?
-Son amigos a los que admiro. Son escritores americanos que comprendieron pronto que no tenían por qué ser “tan latinoamericanos” y montar sus obras en torno al realismo mágico o al lenguaje apelmazado del bolero.
-Hay dos referencias en su último libro a Roberto Bolaño. ¿Cuanto pesa su ausencia? ¿Qué impronta cree que ha dejado en la literatura?
-Hay seguramente un antes y un después de Bolaño para la literatura latinoamericana. Me fascina que convirtiera al “escritor vanguardista” como héroe de su obra en conjunto. Él mismo fue un osado vanguardista, hoy ya un héroe clásico. Y me impresiona la intensidad de su escritura en los últimos años de su vida.
-Teniendo la realidad tan sumergida en sus escritos, ¿cómo selecciona los temas para las crónicas (de El País, Letras Libres, etc.) y las novelas?
-Es un misterio, no lo sabré nunca. Es de las pocas cosas de las que estoy seguro.
-Usted ha escrito en la revista Letras Libres sobre Jorge Barón Biza y su deseo de perderse en la carretera entre Córdoba y Alta Gracia…
-Me impresionó conocer, la conocí por pura, purísima casualidad, su historia. Me limité a testificar mi descubrimiento de la asombrosa historia de ese hombre. Me gustaría volver a visitar Argentina, conocer Córdoba y espero que esto sea posible bien pronto. En Buenos Aires yo antes me hospedaba, o mejor dicho “me hospedaban”, en el Hotel City, donde, si mal no me acuerdo, en el salón sólo podía leerse La Voz del Interior de Córdoba. Aprendí mucho de ciertas entrevistas literarias que leí precisamente en ese periódico. Eterna gratitud al mismo.
(Entrevista publicada en Argentina)
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Peter Carey
“Quiero encontrarme con el lector en el libro”
Autor de una obra centrada en su Australia rural y celebrada en medio mundo, Peter Carey (Bacchus Marsh, 1943) ha conseguido con Oscar & Lucinda (1988) y La verdadera historia de la banda de Nelly (2000) un logro inusitado en el palmarés del Man Booker Prize: ganarlo dos veces. Un laurel que sólo él y el Nóbel J.M. Coetzee han logrado en la historia del más prestigioso premio literario en inglés.
Dueño de una prosa exquisita y sarcástica, profunda en la indagación histórica y sociológica de una Australia como el espacio colonial nunca redimido del todo, Peter Carey transita la postmodernidad con Dickens como guía, sin negar las influencias del realismo mágico. Sin embargo, ha conseguido evitar la asociación García Márquez-Rushdie, a golpe de contrastar apariciones, lluvias milagrosas y protagonistas de 139 años con un naturalismo obsesivamente detallado.
Su obra se inicia en 1974 con el libro de cuentos El gordo en la historia, y ya en la década del 80’ conoce el éxito de público y crítica. Dos de sus novelas son llevadas al cine –Bendito Harry (1981) y Oscar & Lucinda– y junto a Wim Wenders escribe el guión de la película Hasta el fin del mundo. Después de varios años en Londres, en 1991 se mudó a Estados Unidos para dar clases en la Universidad de Nueva York; desde entonces ha publicado El embaucador (Alfaguara, 1990), La inspectora de tributos (Alfaguara, 1991), The unusual Life of Tristan Smith (1994), Jack Maggs (Muchnick Editores, 2000), La verdadera historia… y Mi vida de farsante (Mondadori, 2005).
En sus últimos libros, Carey vuelve a sacarle distancia a muchos de sus contemporáneos anglosajones. Carey no cae en el vicio de aferrarse al estilo como a una telaraña que atrapa y mata la historia, sino conjugar en una narrativa poderosa y vital una serie de hechos tragicómicos y unos personajes al borde de todo, y con “reminiscencias bíblicas”, según John Updike.
Cuenta Peter Carey que una mañana acaso melancólica, frente a un ventanal de su estudio en Nueva York recuerda su vieja casa en Australia, el río que la bordea, los patos que nadan en el agua y las mujeres con las que compartió el paisaje. En libre asociación de ideas, la imagen de esa zona rural lo lleva a pensar en la frustración de ciertos pintores de su país, y una vez más, en la herencia del colonialismo llena de complejos. En esos días, un amigo le ha descubierto una historia de corrupción en el centro del establishment artístico y se ha topado con un thriller delicioso que le permite entretejer la verdad y el fraude, el deseo y el odio, la ficción obsesivamente documentada, para dar con Robo, una historia de amor (Mondadori, 2007), su última novela a modo de exploración social llena de suspense y humor.
-¿Se ríe con sus propios chistes?
-Ni una sola vez. Los escribo una y otra vez. Sufro una gran angustia en el momento de escribir. Escribo varias versiones de cada página, y si hay algo gracioso, es resultado de una obsesión de búsqueda e indagación casi científica. Escribo como construyendo un puente sobre un inmenso cañón, el cañón como una enorme grieta de la angustia. La primera tirada suele ser rápida, un impulso que me lleva hasta la mitad. A la mitad no hay nada, el otro lado aún está lejos y prefiero no mirar hacia abajo. Desde allí, avanzo dubitativo, retrocedo y vuelvo a construir. Muchas veces me ha pasado de estar llegando al final, y ver que nada tiene sentido, y derruir casi todo el puente. Otras veces, como en el caso del último libro, estoy por llegar a la última página y pasan meses sin un buen resultado. De pronto, una mañana, en un momento, todo se resuelve.
-Precisamente la última página de Robo comienza con una frase que dice “Quiero gustar, quiero ser recordado con cariño” ¿cuál es su relación con los lectores, sobre todo después de dos Booker Prizes?
-No tengo relación con los lectores, o eso pretendo. Bueno, en realidad sí que existe algún tipo de relación. Hubiera preferido que no fuera así, pero a partir de los premios, puedo señalar un cambio objetivo. Ahora el lector lee más cosas sobre mí, lee entrevistas, artículos y todas estas cosas por las que hay que pasar para vender libros. En los Estados Unidos, donde vivo, se organizan unos procesos corruptos que llaman lecturas públicas, donde colocan al escritor en una tarima, bajo luces potentes, rodeado de público que analiza tu forma de hablar, de vestir, qué zapatos llevas puestos, y ni atiende lo que lees. Quieres irte, pero el editor te dice por lo bajo “¡lee, actúa!”. Por suerte, en los dos o tres años que me lleva escribir un libro no tengo que pasar por esto. Quiero encontrarme con el lector en el libro, donde él pueda imaginarse cosas sobre las que yo ya no tenga el control.
-Antes hablaba de una obsesión casi científica, ¿tiene que ver con sus estudios en la facultad de ciencias?
-Mis estudios universitarios fueron lamentables. Es más, es una confusión a partir de una biografía mía que hay publicada por ahí. No se puede decir que haya estudiado ciencias. Me echaron de la universidad al poco tiempo, no estuve ni medio año. Fue un desastre. Ni siquiera pude aprenderme la tabla de los elementos. Mi obsesión viene de antes o después de esos días, no lo sé. Pero es lo que me lleva a estar en un estado de investigación constante, tomo notas todo el tiempo, trabajo con algunos temas hasta el hartazgo y luego no tienen cabida en la historia.
-En Robo demuestra unos conocimientos exquisitos de pintura, ¿son producto de estas investigaciones?
Sí, quería saber si por fin, un escritor podía hablar de pintura. Ahondar con el mágico poder de la imaginación en esa cosa abstracta que es la pintura, que en este sentido se parece tanto a la ciencia. Pero sobre todo, quería llegar a calmar mi temor de que alguien pudiera decir que tal descripción técnica no es posible, lo cual puede ser cierto, porque a pesar de tanta investigación, acabé inventando muchas cosas…
-En sus libros abundan historias reales perfectamente documentadas llenas de datos ficticios, ¿cree que este equilibrio entre lo auténtico y lo que usted llama fraude, es uno de los rasgos más destacados de su obra?
-Puede ser. Me interesa el equilibrio entre lo verdadero y lo falso a cierto nivel, pero a otro nivel puedo contradecirme. De todas maneras, ambas ideas parecen formar parte de una identidad que no es el mero fraude o la autenticidad, que va más allá. A mi me cuesta dos o tres años escribir un libro y no pretendo llegar a un hecho real; lo que quiero, sobre todo y más que nada, es llegar a algo nuevo, inventar palabras, gente que desconozco, hechos que me reinvento del todo, trajes, ropas, expresiones, maneras que nadie conoce. Puedo partir de una anécdota o de cualquier objeto que haya a mi alrededor, pero todo lo demás es puro proceso de creación. Por ejemplo, la casa de Robo. Yo viví en esa casa, y ahora pongo allí al protagonista, Butcher Boone. Pero a él no la sirve, la destruye, vive en ella como un bándalo. Yo amo esa casa. Esa casa existe, está al lado del río Nevernever, y en el río está el pato, el mismo pato de la novela.
-¿Cuál es el origen de Robo?
-El libro puede empezar cuando en Nueva York sueño con esa casa maravillosa junto el río Nevernever, y salgo a la terraza y veo el pato en el agua. O puede empezar cuando me planteo si es posible que un escritor escriba algo sobre un pintor. O en realidad, el origen puede estar en unas copiosas comidas con un amigo en el restaurante vecino a mi casa…
-¿…por lo que podríamos decir, entonces, que una vez más el origen de un libro hay que hallarlo en una borrachera?
-Casi. A media borrachera. En ese lugar me conocen como el “media copa”, porque voy bebiendo de a media copa. En este sitio también comía frecuentemente un señor con el que un día comenzamos a charlar y acabamos amigos. Entre media copa y media copa, me contó que él había sido ayudante de un pintor famoso y había intentado ser pintor también, pero no funcionó. Se hizo marchante. Cada día me contaba una nueva historia sobre el ambiente del arte, que yo encontraba fascinante, sobre todo al descubrir sin sorpresa que el mundo de la pintura es tan corrupto como el de los políticos, el de los chefs de cocina, como cualquier otro; como la vida misma, en suma. Pero en cambio, estos delitos en el mundo del arte, me parecieron deliciosos. Un día, mi amigo llegó con una carpeta llena de documentos sobre un famoso pintor y me di cuenta cuántos problemas legales había alrededor de su obra. Había un intríngulis casi mafioso en la historia del pintor, la mujer, la ex mujer, el ayudante.
-En su última novela, vuelve a reflexionar sobre las secuelas del colonialismo en Australia. ¿Cuáles han sido sus consecuencias culturales?
-En esta reflexión también podemos encontrar otro de los orígenes del libro, mi recuerdo del colonialismo en Australia. Entre los efectos más notorios, el colonialismo ha dejado una cultura débil y endeble. Existe una fascinación y a la vez un rechazo con la metrópoli; esta transferencia ha conferido un sentido cultural frágil, con una autoestima por los suelos, que puede verse en muchos artistas. En Australia hay pintores que prefieren que sus obras sean devaluadas, así ellos se sienten minusválidos y alimentan este sentimiento de resentimiento. Odian los márgenes en lo que están instalados, pero se sienten cómodos.
-¿Cuándo empezó a escribir?
-No tuve vocación temprana. Comencé a escribir en los tiempos de la universidad. Mis amigos eran intelectuales, y yo quería ser como ellos. Yo trabajaba en una agencia de publicidad, escribiendo copies todo el día. Se me ocurrió que la mejor manera de ser intelectual, sería escribiendo un cuento. Así empecé.
-Y luego los premios, una crítica que lo venera y una vida en Nueva York…
-…Nueva York es una ciudad que adoro a pesar de que me pone muy nervioso.
-¿Cuánto ha cambiado su proceso de escritura?
-Ahora escribo frente a un ventanal enorme donde entra toda la luz de la ciudad. Estoy en un loft en lo alto, en medio del silencio absoluto. Allí escribo cada mañana, paso en limpio las notas que apunté la tarde anterior. No siempre ha sido así, pero ahora necesito esa luz y ese silencio. No como mi amigo Paul Auster, que escribe en un zulo con una ventana que da a una pared. Pero he escrito libros enteros en cuartos más pequeños que un baño, a la luz de una bombilla. Oscar & Lucinda, por ejemplo, lo escribí en un estudio que me prestaba un amigo en una calle llena de obras de construcción. Las perforadoras comenzaban a romper el pavimento a las siete de la mañana y no paraban hasta la noche. No se podía oír otra cosa. Me he preguntado a veces si esas perforadoras han tenido alguna influencia en el libro, pero no lo sé, no creo.
-Se ha comparado su obra con la de dos autores latinoamericanos como Gabriel García Márquez o Jorge Luis Borges, ¿está de acuerdo?
-Absolutamente. Puedo reconocer esa influencia, pero déjame decirte que la primera vez que los leí, no los entendí. Con el tiempo fui entendiendo que algunas cosas se las debo a ellos, y que al igual que Salman Rushdie, unas cuantas páginas simplemente no existirían sin García Márquez.
-¿y ha leído a algún escritor español?
-¿Contemporáneo? Sólo a Cervantes.
(Entrevista publicada en Argentina y España)
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Alfredo Bryce Echenique
“Escribo para que me quieran”
-¿Qué pasó con su bigote?
-Me lo robaron en un semáforo en Lima.
Los bigotes más prolíficos, nostálgicos y graciosos de la literatura latinoamericana ya no existen. En una de las idas y venidas, de París a Madrid o a Lima, de Lima a Barcelona, en la inauguración de una nueva casa, una nueva temporada y una nueva vida, Alfredo Bryce Echenique arrasó con su distinguido bigote, casi sin querer queriendo, mientras pedía Permiso para sentir.
Una periodista peruana escribió que sin sus ires y venires Bryce Echenique no sería Bryce Echenique. Y él asiente. Hace 35 años partió de Perú para radicarse en París, a “estudiar de bohemio”, como decían sus amigos.
Hoy presenta Permiso para sentir (Anagrama), la continuidad de sus “anti-memorias” al estilo Malraux, que empezó a escribir en Barcelona en 1986, cuando planeaba reiniciar una de sus tantas vidas y abandonaba la enseñanza universitaria en París, y que publicó en 1993 bajo el nombre de Permiso para vivir (Anagrama).
“No hay que perder las reglas de la elegancia, por eso pido permiso”, dice el peruano galante, que vuelca anécdotas llenas de gracia, de un humor melancólico, y que como Jerry Lewis (a quien cita en el libro), afirma: “la felicidad no existe, hay que tratar de ser feliz sin ella”.
El creador de Martín Romaña, su alter-ego, deja sonar en este compendio la “musiquita Bryce: tierna y triste, irónica y agridulce, vagabunda y exacta”.
“Este libro, como el Permiso para vivir, nació sin querer queriendo. Aquella vez había terminado una etapa, me iba a instalar en Barcelona, hacía veinte años me había bajado de un barco de carga y por segunda vez en mi vida, pierdo el manuscrito del libro que acaba de escribir. En el tren que me traía de París, me robaron la maleta. Ahora, estaba dispuesto a volver definitivamente a Perú. Voy, tengo nueva casa, busco a mis amigos, y los esbirros de Fujimori me secuestran, me dan una paliza atroz. Tengo una llegada muy dolorosa. También secuestran a la hija de mi mejor amigo, y me doy cuenta que no puedo hacer nada. Había preparado meticulosamente mi vuelta al Perú, y de pronto me veo regresando a Barcelona. Entonces, me siento a escribir estas antimemorias, según anécdotas que venían a mi cabeza, sin orden cronológico, recuerdos de gente y lugares”.
-Usted llegó a una Europa convulsionada de fines de los 60. ¿Qué buscaba?
-Ser escritor.
-¿Y cómo fue recibido?
-Muy bien. Mayo del 68’ se creyó como una prolongación de la Revolución cubana, así que éramos bien recibidos. Empecé a dar clases en la Universidad, y en las universidades francesas la enseñanza en Letras se dividía entre literatura y civilización. Como a mi me daban libertad para escoger temas, daba la mitad de las clases sobre literatura y para la otra mitad, elegía temas como “militarismo en América Latina”, o cosas así, muy diversas.
En nuestro país éramos todos muy señoritos, pero Europa nos convierte a todos en peruanos. Como decía Julio Ramón Ribeyro, lo único que he aprendido en Francia es hasta qué punto soy peruano; y estoy de acuerdo.
-¿Es inevitable querer volver al país?
-Yo creo que sí, siempre se ha dicho que los peruanos somos como las ballenas, que nos alejamos mucho de nuestras playas, pero volvemos a ellas para morir, no a vivir la vida entera. Es un sino. Yo amo mucho a Perú. Vargas Llosa dijo que el país se convierte en ciertos paisajes y determinados amigos.
-¿Por eso regresa a Perú, sabiendo la situación en la que estaba el país? ¿Fue un impulso nostálgico?
-No, en el año 1995 tuve un flechazo de amor con el Perú, pasé allí un verano maravilloso, lleno de vida, conocí a quien hoy es mi esposa. Fue cuando rechacé la Orden del Sol a Fujimori (máxima distinción peruana). Por el hecho de desmarcarme de la política, lo viví de otra manera
-¿Le ofrecieron participar en política?
-Sí, me ofrecieron una alcaldía, pero nunca lo haría. No es lo mismo. Con la experiencia Vargas Llosa tenemos bastante.
-¿Cómo fue llegar otra vez a Lima, esta vez para quedarse?
-La Lima que yo amaba, había desaparecido. Notaba en el ambiente esa cosa tan violenta de los peruanos, la agresividad telúrica del limeño. Esa manera de ser en contra del otro. “Si llego al ministerio, lo jodo a este” dice un dicho que describe muy bien esta idea. A mí me gusta un chiste anónimo: Avanza Perú, gol de Brasil. Pero parece que yo veía cosas que los peruanos no veían. Lo que no cambió fue mi visión y el cariño de mis amigos, muchos habían logrado ser lo que querían ser. Ellos, algunos empresarios, seguían sin entender mi vida de escritor. A uno de mis mejores amigos le dediqué un libro, lo que lo llenó de orgullo y emoción, pero nunca lo leyó, a él no le interesa la literatura.
-En la segunda parte del libro, reflexiona específicamente sobre el Perú. El título en italiano “¿Che te dice la patria?” es muy sugestivo…
-Es para desdramatizar, una ironía para que la patria duela menos.
El Cóndor pasa por Paris
-¿Cómo ha sobrevivido el boom, que usted ha estudiado tanto?
-Muchos han muerto, pero los que quedan son muy significativos. Vargas Llosa, García Márquez, Carlos Fuentes… cada uno ha seguido su camino. Yo soy amigo de todos, pero entre ellos no se ven, están distanciados. La maldita política que jode tanto.
-¿Estéticamente han decaído?
-No, están tan frescos como el primer día.
-Usted ha resaltado la falta de humor del boom…
-Cortázar decía que en América Latina una persona no bien empieza a escribir, se vuelve seria. Excepto Borges y Bioy Casares, casi no había humor en la literatura latinoamericana. Y los del boom eran todos muy seriotes. Por eso Monterroso, Cabrera Infante y Jorge Ibarbengoitia, que tenía edad de merecer el boom, no lo fueron por falta de seriedad. En cada cena en Paris o en Barcelona, lanzaban manifiestos para arreglar el mundo…
-¿Qué pasó con el boom?
-El boom latinoamericano se acaba cuando se separan Simon & Garfunkel, y dejan de hacer su insoportable versión de El cóndor pasa.
En aquellos años, Paris estaba fascinado con lo indigenista, y bastaba con ser latinoamericano para estar de moda. Estaba Atahualpa Yupanqui, pero también una cantidad de grupos con quenas, charangos, y arpas de pésima calidad que tocaban todo el tiempo El cóndor pasa. Era insoportable. En la universidad tenía que hablar todo el tiempo de lo andino.
-¡Y usted iba vestido con un poncho!
-Era muy gracioso. Yo no sabía usarlo, una vez casi muero ahorcado en el metro, porque la puerta me atrapó el poncho. Pero tenía mucho éxito cuando me lo ponía.
-¿Éxito con las mujeres o como profesor?
-¡Con las mujeres, con las mujeres! Morían por un indiecito! Todas mis alumnas eran europeas gauchistas, de izquierdas, y estaban fascinadas con los indios latinoamericanos.
-Usted habla en el libro de la disciplina para escribir que llevan a cabo algunos autores, y que nunca encontró.
-Sí, quería escribir con dos dedos como Cortázar, y no me salía. Estaba de moda entre los escritores hablar de sus métodos de trabajo, recuerdo a García Márquez vistiendo un overall para escribir, así no olvidaba sus orígenes proletarios… ahora deben ser diseñados por Yves Saint Laurent, con incrustaciones de oro. Yo creo que la fórmula mejor es procurar un buen vaso de whisky en las horas de la disciplina.
-¿Ahora qué está escribiendo?
-Estoy acabando una novela, Las obras infames de Pancho Marambio, a la que no pude abocarme definitivamente hasta que encontré el título. Me río de un infame que me estafó con unas obras en Barcelona. Dentro de un tiempo empezaré a escribir el tercer volumen de las antimemorias; pero más adelante, porque tiene un título muy duro, servirá para acabar de salir de esta experiencia peruana.
-¿Todavía escribe para lo que quieran sus amigos, como dijo alguna vez?
-Si, por supuesto. Lo que quiero es que me respeten más, que dejen de verme como un vago y un bohemio.
-¿Y las mujeres?
-Uno escribe para que las chicas que lo aman lo amen aún más.
-Esas chicas, que parece que son varias, siguen queriéndolo…
-Sí, es curioso, pero pasa eso. Tanto mi primera como mi segunda mujer y mi primer amor, son muy buenas amigas. Y son unas viejitas, jaja. Con mi primer amor, decimos que cuando cumplamos ochenta años, vamos a pasar una noche juntos en el mejor hotel…
-¿Usted nunca abandonó a una mujer?
-Un caballero no debe abandonar jamás a una mujer.
(Entrevista publicada en Argentina)
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Entrevista a John Banville:
“No quiero fingir ser yo mismo”
El autor irlandés, de promoción en España, presenta El Mar, novela con la ganó el Man Booker 2005 y que lo catapultó como uno de los mejores escritores en lengua inglesa. El “heredero de Nabokov”, habla en esta entrevista de sus personajes, los premios, la vida, la muerte, la fama y la densidad del oficio de escritor.
Inquieto y asombrado, John Banville se presenta ante los periodistas dispuesto a afilar ironía y dardos. Mira casi sin abrir los ojos: espía, como lo hace un niño ante un examen. Presa de un tic recién estrenado, simula que se abotona el saco una y otra vez; estira de sus solapas, como si le quedara chico.
Su mirada de muchachito terrible y triste, su pose de timidez, su abigarrada copa de pinot alsaciano (una y otra más) piden acaso clemencia o al menos, tranquilidad. De vez en cuando expulsa una sonrisa maliciosa. Su mujer lo despide, y sale a recorrer las anchas veredas del Paseo de Gracia de Barcelona. Volverá exactamente en dos horas, dice, nos dice. Para entonces, él habrá vaciado otras copas e intentado dilucidar por qué está ahora sentado aquí, en este mediodía, como si todo fuese producto de una gran confusión.
A pesar de los premios y una popularidad en ciernes –aún no es reconocido en la calle en países como España, pero es cuestión de tiempo-, no logra acostumbrarse a los avatares de la promoción.
“El mejor estilista en lengua inglesa” según sus más fervorosos fans (un variopinto club que incluye a Steiner, Said, Amis, Magris, DeLillo, Vila-Matas, Fresán…), preferiría evitar estas exposiciones mediáticas y centrarse en su trabajo: “escribir frases, algo denso y exigente, como la poesía”.
Ex editor literario de The Irish Times y del Irish Press, John Banville (Wexford, Irlanda, 1945) fue cautivando tempranamente a la crítica y al público con su tetralogía de novelas dedicadas al pensamiento científico, escritas entre 1976 y 1986 (traducidas años después al castellano): Kepler (Edhasa, 1981), Copérnico (Edhasa, 1982), Mefisto (Península, 1990), y La Carta de Newton (Península, 1991 –las fechas corresponden a las ediciones en castellano-). Pero su reconocimiento consagratorio llegó en los 90’ con la trilogía que conforman El libro de las pruebas (Anagrama, 1991), Ghosts (Secker & Warburg, 1993) y Athena (Secker & Warburg, 1995); la novela dedicada a uno de los cuatro espías de Cambridge, Sir Anthony Blunt, historiador de arte, conservador de la colección de pinturas de la reina de Inglaterra y espía de la Rusia comunista, El intocable (1999), y la saga –incompleta- de Eclipse (2002) e Imposturas, (2005). Todos los libros en Anagrama.
Ahora presenta El Mar (Anagrama), un intenso y poético relato salpicado por las olas y la muerte, donde Max Morden -crítico de arte experto en Bonnard- repasa su vida luego del fallecimiento de su esposa Anna, y vuelve una y otra vez a la playa de su infancia donde fue… ¿feliz?
Los personajes de Banville tienen en común un debate interno y existencial, en el intento de reconstrucción de un orden alterado, ya por la muerte, ya por un secreto develado, y la búsqueda de un remanso –geográfico o temporal- donde la paz o la reconciliación sean posibles. El mar, con su promesa de redención, se le ofrece a Max Morden como un lugar de introspección, tal como, recuerda, lo sabía Borges: “el siempre mar, ya estaba y era”, “¿Quién es el mar?” “¿Quién es el mar, quién soy?”
-¿Qué significa el mar?
-Si pregunta por el significado del mar en mi novela, puedo decirle que es muy simple, el mar es el entorno en el que pasé tantos veranos cuando era niño. Ahora, si quiere leer símbolos de vida y muerte en todo esto, bueno… Pero sinceramente, he querido que el ritmo del mar estuviera en mi prosa, y algunos han sido bastante amables diciendo que lo logré.
El filósofo norteamericano William James (hermano de Henry) propuso en 1892 el término “stream of consciousness” para describir ese flujo de ideas, pensamientos, asociaciones; la actividad de la mente, en suma, que no reproduce fielmente la realidad, sino que “la estructura y transforma en su aprehensión”. Esta técnica de monólogo interior, atesorada por los autores modernistas del Siglo XX, y llevado a la cúspide por James Joyce en su Ulysses, ha encontrado en John Banville una natural y sobresaliente evolución. Así lo demuestran las elucubraciones de sus “criaturas”: Gabriel Swan en Mefisto, Freddie Montgomery en El libro de las pruebas, Víctor Maskell en El Intocable, Alexander Cleave en Eclipse, y ahora Max Morden en El mar.
Heredero fiel de una contundente tradición novelística, y por lo tanto rompedora con ella, Banville estructura su obra a partir de los pilares de literatura irlandesa, aunque ubicándose en la más amplia Europa, y cuestionando una identidad –la propia, la irlandesa- en perpetua mutación.
Los protagonistas de novelas como Eclipse, Imposturas o El intocable, llevan más de una vida o eso pretenden. Divagan constantemente para saber quiénes son, buscando una identidad a la que aferrarse. Sin embargo, en esta nueva novela, su protagonista Max, recién enfrentando a la muerte de su mujer, se presenta con las ideas más claras. ¿La muerte despeja las dudas? ¿Nos quita las máscaras? “Es una buena manera de decirlo”, opina Banville. “La muerte nos despoja de todas nuestras máscaras. Quizás el hecho de haber vivido tan de cerca la muerte de su esposa y ver cómo se extinguía, a Max le ha ayudado a encontrar su propia identidad. Pero al decir esto estoy especulando, cuando escribí el libro no estaba pensando en ninguna crisis de identidad”.
-Su obra está plagada de juegos de máscaras y personas que no son lo que parecen, pero Max es realmente diferente…
-…Oscar Wilde ha escrito: ponle una máscara a un hombre y te dirá la verdad.
“Este libro es realmente diferente –agrega-. Será por eso el éxito. Max ya no tiene máscaras. Está ante una situación trágica, y esta situación le obliga a ser honesto. La tragedia le ha pegado fuerte, ‘esto no debe pasar’, piensa, pero sí le pasa. Por eso debe arrancarse la máscara, hasta que le sangra la cara”.
No es correcto ver en el autor rasgos de sus héroes, pero Banville trasmuta al interlocutor resquicios de algunas de las obsesiones sobre las que giran las existencias de sus personajes. En alguna ocasión, ha comentado: “tengo dificultades para ser yo mismo”; luego escribe “soy un desplazado, y estoy buscando un hogar en el desplazamiento”. No obstante niega lo dicho y lo escrito, (“no recuerdo que alguno de mis personajes haya dicho tal cosa, ¿tal vez un traductor?”), reconoce que sí, que la gente en sus novelas, “especialmente los narradores, se sienten un poco homeless, como un caracol fuera de su caparazón”. Sorbe lento un poco más de vino y concluye: ¿Pero no es como todos nos sentimos, por lo menos alguna vez?
¿Y sirve la literatura para algo? No creo, dice Banville. “No creo que la literatura, o la ficción hagan nada, excepto iluminar un par de puntos ciegos de la realidad. El arte es inservible… o mejor dicho, inútil. Y eso es precisamente lo que lo vuelve valioso”.
Y cita, a esta altura parece que habla a través de citas, al poeta W. H. Auden, para quien la poesía no hace nada más que suceder. “Es decir, -explica el autor- no podemos conocernos a nosotros mismos, puesto que no hay ningún ser que conocer: un ser humano es un compendio de actitudes”.
Otro parangón posible con sus personajes, la proliferación de citas. El intocable está protagonizado por un erudito en arte, que recita parlamentos de filósofos –sobre todo con los que se reconoce, los estoicos Zenón, Séneca, Marco Aurelio-; Birchwood (1973), una de sus primeras novelas, compacta en pocas páginas citas de T.S.Eliot, W.B.Yeats, James Joyce, Witgenstein, Descartes, Dante, Petronio…
“La muerte nos acompaña siempre”
El mismo año en el que El mar vio la luz en castellano, Phillip Roth publica Elegía (Mondadori) y Joan Didion, El año del pensamiento mágico (Global Rhythm), disímiles obras que confluyen en un mismo asunto: la muerte. “La muerte es un tema perenne en la ficción. La muerte nos acompaña siempre, en el arte, en la vida. No hay vida si no hay muerte”, señala el autor de El mar, que no ve una coincidencia temática entre escritores anglosajones de más de 60 años. Y trae a la mesa a otro escritor: Estoy con Hemingway cuando se pregunta ¿cómo podemos vivir, sabiendo que vamos a morir? A lo cual un amigo mío contestó: ¿cómo podemos no vivir, sabiendo que vamos a morir?
Y ríe, casi por primera vez, y le digo que nuevamente veo a algunos de sus personajes en su risa, en su ironía… en su sarcasmo. Acaso sea el toque distintivo de las letras irlandesas, si pensamos en el humor en las obras de James Joyce, Flann O’Brien, Jonathan Swift, William Traver y JB, por supuesto. “Soy honesto”, replica.
“Los personajes son así, porque la gente es así. Pero la infelicidad es más fácil de contar que la felicidad. ¿Cómo escribes el sonido de la risa? ¿’Jaja’? ¡Eso ya no se puede hacer! Cuando tenía doce años, leí Dubliners de Joyce, y entendí que las novelas podían ser como la vida que yo conocía, con todo su aburrimiento, su torpeza y, claro, esa belleza simple. La vida es así, y también está llena de cosas cómicas, no digo divertidas, pero sí cómicas. La vida es muy extraña, contradictoria, como en las pinturas de Bonnard”.
En casi todos los libros de Banville, hay un pintor sobrevolando la historia. Rembrant, Vermeer, Frans Hals, Poussin, son estudiados o admirados por sus personajes, y acompañan sus vidas. En El Mar, Max Morden está escribiendo –o eso intenta, entre el devaneo de sus recuerdos- una monografía sobre el pintor francés Pierre Bonnard. “No sé por qué elegí a Bonnard, tal vez él me eligió a mí”, explica el escritor. “Pero no me di cuenta hasta bien avanzado el libro cuánto de similar había entre los temas de Bonnard y los de Max: el pasado, la evanescencia de la vida, la felicidad, la muerte, la pérdida, etc…”
Al decir esto, se entusiasma y eleva la voz, extiende los brazos, para caer en el silencio como desde un tobogán. “La vida es absurda –dice de pronto-, pero también es gloriosa”. Y nuevamente comienza a subir la cuesta con su voz: Me fascina esta combinación. Por todas estas cosas. Te enamoras, lees un libro, ves un cuadro. Te permiten trascender a otro nivel. El arte de verdad, el grande, habla de esto. ¡Este mundo me fascina!… pero cuando te convences que todo esto es maravilloso, cuando tienes todo tan claro, llega la muerte y te dice ¡no es esto, esto es el fin!
Y ríe. Esta vez más fuerte que nunca. Celebra sus ocurrencias y sus contradicciones, la vida maravillosa y sin sentido. Banville disfruta, tanto como parece disfrutar el protagonista de El mar con la muerte de su esposa. ¿Otra contradicción? ¿Cómo lo explica? “Cualquier emoción intensa, como el duelo, resulta en cierto modo disfrutable. Supongo que es porque nos da una señal de que estamos realmente vivos. Max recuerda las tragedias, y esto es más importante que cada una de esas muertes. Max es artista, y por lo tanto, un egoísta…”
En el año 2005, el jurado del Man Booker Prize, el galardón más prestigioso para los escritores de la Commonwealth (50 mil libras), sorprendió cuando eligió El Mar de John Banville como el mejor libro del año (los favoritos eran Julian Barnes y Kazuo Ishiguro). “Magistral estudio del recuerdo, el dolor, la memoria y el amor”, dijeron. “El pasado y la memoria son los mejores materiales para un escritor”, retruca ahora el autor. “Para Baudelaire, el mejor escritor puede vivir su pasado cuando quiere. Cuando lees a Beckett, Proust o Joyce, ves que están alimentándose del pasado”.
-Ian McEwan ha dicho que ganar el premio Man Booker es un sacrificio, ¿Usted como lo lleva?
-Para el australiano Peter Carey, el premio es como un accidente de tráfico. Crees que te pasa y ya está, pero no. Luego tienes meses con las víctimas, el hospital, el taller, el seguro… Lo mejor del premio es que ya está. No pierdo más tiempo cada otoño, en pensar en eso.
-Hay casos que lo han ganado dos veces…
-Espero que no. Los escritores son monstruos del ego. Como dice Martin Amis: vas a recibir el Nobel y todavía piensas “creo que no me están dando la suficiente atención”.
-En su caso, el Man Booker lo colocó en una situación de mayor exposición.
-No quiero fingir ser yo mismo. La fama es una comedia triste de ti mismo. Ganar premios, escribir libros, dar entrevistas. Cuando Borges empezó a escribir tenía siete lectores, luego setenta, luego setecientos… ¿quiénes son toda esta gente? se preguntaba. Pero bien, mi mujer está más tranquila. Antes, ella trabaja para mantenerme. Llegaba a casa, yo estaba trabajando en la novena versión del borrador de un libro, y me decía “¿Cómo va el libro?”, y yo respondía, “Bien”. Su pesadilla era cuando yo le contestaba “No me gusta”. Sabía que estábamos en problemas.
-Dicen de Usted que es el heredero de Nabokov…
-¿Lo soy?
-Tiene fascinada a la crítica…
-La mejor crítica que he recibido fue una vez paseando por la calle. Se me acercó un hombre en su bicicleta, yo pensé que me iba a asaltar, y me gritó: ¡de puta madre! Llevaba El libro de las pruebas. No leo las críticas, no me interesa. Yo hago mi trabajo. Y mi trabajo consiste en algo denso y exigente, como la poesía.
En cierta medida ha recobrado la calma, si es que alguna vez la perdió realmente, pero no acabó aún su última copa. “El poema es el único tipo de arte que no puedes ignorar –dice-. Lo tomas o lo dejas. Mientras miras un cuadro en una galería, puedes pensar en la cena, pero con el poema no puedes. No hay arte si no lo haces apasionadamente, la pasión hace las cosas densas. Y densidad no es complejidad ni solemnidad. Trabajo mucho para que mis frases sean claras. La frase es el mayor logro de la humanidad. Es un privilegio poder escribir una frase”.
Borges, James y Black
Menciona durante la entrevista varias veces a Jorge Luis Borges, lo pone como ejemplo, recuerda algún poema, sin embargo, afirma que el escritor argentino no influenció en su obra. “Como para muchos de mi generación, Borges fue una revelación –dice Banville-. Sin embargo, esta luz reveladora fue palideciendo un poco con el paso de los años, ya que sus ficciones ahora parecen sobreelaboradas y más bien… sin sangre. Nabokov, para mencionarlo una vez más, dijo que Borges en cierta manera se parece a una mansión, pero no es más que un pórtico”.
“¿Malicioso, verdad?”, ríe.
-¿Qué escritor considera que le ha influenciado?
-Ninguno. Soy demasiado original y único. Si usted quiere decir a quién leí cuando era joven, la cita es demasiada larga, pero los que me vienen a la mente son Joyce, Beckett, Rilke, Thomas Mann, Wallace Stevens… Pero considero a Henry James el más grande de todos los novelistas, así como un estilista magnífico.
Está a la espera de editor en español Quirke (Picador, en inglés), primero de una saga de libros escritos bajo el seudónimo de Benjamin Black. Al igual que Julian Barnes, quien firma como Dan Kavanagh, John Banville apela a un alias, y en este caso para contar un increíble thriller policial en tono darky ambientado en los años 50’, donde monjas y curas asesinan “niños del mal”. El libro es producto de un guión que nunca se hizo, planeado mientras estaba leyendo novelas negras. Banville prefiere no hablar de él.
-¿Quién es Benjamín Black?
-Es mi gemelo oscuro, que lleva una intermitente y vaga existencia.
(Entrevista publicada en Argentina, España y México)
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