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Posts Tagged ‘Ítalo Calvino’

Leer y releer El Quijote

“Llenósele la fantasía todo aquello que leía en los libros”

¿Y si todo fuera un sueño? ¿Si, finalmente, su locura no fuera más que un sueño, pura imaginería del mismísimo Sancho? Entonces nos daría que el ingenioso hidalgo, el caballero de la triste figura, no existió nunca,  ni aquí ni en la Mancha, ni en la delirada cabeza de Alonso Quijano.

La tesis le pertenece a Kafka, febril (re) lector del Quijote en la mesa más oscura del café Savoy de Praga. Escribió en La muralla china (Beim Bau der Chinesischen Mauer, 1917):

“…Sancho Panza, que por lo demás nunca se jactó de ello, logró, con el correr de los años, mediante la composición de una cantidad de novelas de caballería y de bandoleros, en horas del atardecer y de la noche, apartar a tal punto de sí a su demonio, al que luego dio el nombre de Don Quijote”.

Agrega Kafka –una idea maravillosa- que Sancho, “hombre libre, pero en razón de cierto sentido de la responsabilidad”, envía a Don Quijote a las andanzas, a las más locas aventuras, sólo para seguirlo.

Ir tras el sueño. Los dos pordioseros de la epopeya, soñador y soñado, parten de Castilla al mundo, del siglo XVII a los Tiempos, de la locura a la belleza. Nunca un viaje duró tanto, ni fue tan hermoso. Y tanto duró, que aún lo seguimos viajando, subiéndonos a su galopar dulce, recorriendo las montañas, asombrándonos frente al mar. Surcar en gateras los molinos, otear el horizonte desde el lomo de un pasaporte vencido. Incluso en la España de hoy, donde llegan Quijotes en balsas y  en aviones y donde los abraza como una madre manca.

Encerrado en una cárcel de Sevilla, Miguel de Cervantes soñó la  historia de un hombre que pierde la cabeza, y busca la libertad entre “un loco noble y su vulgar escudero”, como dice Nabokov en su Curso sobre el Quijote. Durante siete años, el escritor rumió la historia entre sus pesadillas, luchando palmo a palmo con los malos recuerdos, recuerdos de la guerra, de la mano perdida, de las deudas presentes, del trunco viaje a América, de otras cárceles. A lo largo de los años, en la misma casa de Valladolid que cobija su chifladura y a sus sobrinas, putas de profesión, riñe tanto con la miseria, que su sueño de gloria con la pluma y la palabra se ahoga una y otra vez en los vinos de nieve. Pelea con las comas y les gana porque las quita. Y los puntos y coma, también. Pone mal los puntos… ¡en pleno Siglo de Oro! Escribe una vez “mismo” y luego “mesmo”. Le da igual “dozientas” que “duzienta”. Don Francisco de Robles, editor, le ofrece mil quinientos reales y promete más si el libro vende por lo menos mil ejemplares.

Hace calor, mucho calor en España, es 1604 y Miguel de Cervantes Saavedra acaba de fundar la novela. Y el road movie.

Y no bastan cuatrocientos años para que sus páginas insondables, infinitas, puedan retirarse (¿retirarse a dónde?). “Un libro que no cesa de decir lo que tiene que decir”, dijo Italo Calvino. Y es el Hombre, el hombre frente al hombre, mirándose en su Yo partido como espejitos de colores. Es la imaginación al poder, el sueño eterno de la vida, de alzarse ante el futuro en mirada sin yelmo. El andar.

Me gusta que se use el verbo quijotear como andar. Caminar al horizonte, por aquello de la utopía. Entonces, no dejamos de caminar con él, cruzando todas las fronteras, sin visas, para llegar quién sabe a dónde. No volvió a hacerse camino sin seguir la huella del Quijote, aunque el caminante no lo sepa. Nada volvió a escribirse, sin la sombra de la locura de Quijano. Si en todo poema épico está La Ilíada, en toda novela está el Quijote. “¿No es, acaso, Madame Bovary un Quijote con faldas?”, se pregunta Ortega y Gasset.

Cervantes traza el destino de los hombres, del hombre que sale al mundo, errante eterno, solitario pero jamás solo. En el otro, el compañero, puro reflejo del Uno, está el contrapunto. El que habla (grita) cuando callamos. Es tan auténtico el espejo como el modelo. Somos los dos, Quijote y Sancho, el que amanece cada día. Esto es pura literatura, dirán, pero ni Cervantes ni su personaje Quijano encontraron jamás la diferencia entre los libros y la vida. El Quijote ve el mundo según lo leyó. Y el sueño de uno de los dos, el mismo (¿Sancho o Quijote?), no produce los monstruos de la razón dormida. Llama a la valentía. Al honor perdido. Nuestro héroe empuña la espada con torpeza y se le ríen. Se le ríen para hacerlo eterno, como soñó Borges, que soñó con la fortuna de que un hombre como Cervantes se ría de nosotros. “Pero seamos optimistas y pensemos que podrá ocurrir”. Don Quijote sufre, en la melancolía eterna del que hace el camino de la vida.

Cuando las fronteras amenazan y la realidad abate, a quijotear. Y la incertidumbre de la existencia, ese laberinto, podrá alumbrarse con cada uno de las páginas del máximo libro. Leerlo (digamos, por fin, releerlo) será oír el sonido de una conciencia, de un sueño. De todos los sueños.

(Imágenes de la edición de El Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, ilustrado por el gran Rep)

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Ítalo Calvino: “Mi fe en el futuro de la literatura consiste en saber que hay cosas que sólo la literatura, con sus medios específicos, puede dar” Seis propuestas para el próximo milenio.

Marcel Proust: “Sólo mediante el arte podemos salir de nosotros mismos, saber lo que otro ve de ese universo que no es el mismo que el nuestro, y cuyos paisajes no serían tan desconocidos como los que puede haber en la luna” À la recherche du temps perdu.

Francis Bacon: “La lectura hace a un hombre completo, la conversación hace a un hombre alerta, y la escritura hace a un hombre cabal”. Of Studies, Essays.

Aristóteles: “Representar es una tendencia natural de los hombres -y éstos se diferencian de los otros animales en que son seres muy propensos a representar y que comienzan a aprender mediante la representación- como la tendencia, común a todos, de encontrar placer en las representaciones”. Poética.

Paul Ricoeur: “La novela es irremplazable para configurar la experiencia humana, empezando por la experiencia del tiempo”.

Jean Paul Sartre: “El quehacer literario – incluso si no existe libro alguno que haya impedido a un niño morir- tiene el poder de permitirnos escapar de las fuerzas de alienación o de opresión” Que peut la littérature?

Henri Bergson: “Hay desde hace siglos hombres cuya función consiste precisamente en ver y en hacernos ver lo que no percibimos de forma natural. Esos hombres son los artistas”. La pensé et le nouvant.

Roland Barthes: “La literatura no permite andar, pero permite respirar”. Ensayos críticos.

Samuel Johnson: “La única finalidad de la literatura es hacer a los lectores capaces de gozar mejor de su vida, o de soportarla mejor”. Review of Soame Jenyns.

T.S.Eliot: “La cultura puede ser descrita simplemente como aquello que hace que la vida merezca la pena ser vivida”. Notas para la definición de la cultura.

Harold Bloom: La respuesta definitiva a la pregunta ‘por qué leer’ es que sólo la lectura atenta y constante proporciona desarrolla plenamente una personalidad autónoma”. Cómo leer y por qué.

Milan Kundera: “La novela desgarra el telón de los prejuicios”. El telón.

de ¿Para qué sirve la literatura? de Antoine Compagnon, Acantilado (2008), trad. Manuel Arranz

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Editorial Acantilado publica estos días en España el nuevo libro de Antoine Compagnon, surgido de la lección inaugural de la cátedra de Literatura Francesa en Collège de France. El libro se origina con una duda fractal que no deja de multiplicarse y reproducirse en todo el ensayo. Compagnon se pregunta, y su pregunta da título al libro: ¿Para qué sirve la literatura? En estos tiempos, ¿para qué enseñar literatura? ¿Qué sentido tiene la literatura a estas alturas? Compagnon lleva más de 30 años dando clases (en la Sorbona y en la Universidad de Columbia de Nueva York)  y como nunca, ve amenazado el sentido de su doble profesión de maestro-escritor.

Ya no es patrimonio exclusivo de las novelas la iniciación moral, ni la educación sentimental. El papel de la literatura en la sociedad se empobrece día a día: en las escuelas está siendo sepultada bajo textos documentales; el periodismo gráfico contempla mustio el deceso de sus propias páginas literarias (junto al resto). Y en el ocio, la avanzada digital y audiovisual reduce el tiempo dedicado a la lectura.

Ante este panorama, el autor se pregunta para qué sirve la literatura con esa carga filosófica -no exenta de angustia- que lleva a preguntar para qué sirve la vida.

Pero… ¿ servir? ¿Puede la literatura, el arte, la vida… servir para algo? Como un equilibrista, Compagnon evita la noción utilitarista del término y reflexiona sobre si la literatura ha llegado a un camino sin salida ni continuidad. Lo hace motivado por el aporismo. La amenaza del fin, la sensación de sinsentido, el camino acabado de las letras, el miedo de toda pluma ante la pistola de Los Soprano.

¿Es que la literatura ya no sirve para contar la aventura del alma humana?  “La verdad es que las obras maestras de la novela contemporánea dicen mucho más sobre el hombre y la naturaleza que algunas obras de filosofía, historia y crítica”, escribió Émile Zola, quien nunca vio Lost. ¿Una serie de televisión es todo lo que podíamos esperar como reflejo de los hombres? Acaso el siglo XXI, el que será de Google o de no será de nadie, tenía esta sorpresa deparada apenas en su inicio.

¿Hasta aquí hemos llegado? ¿Esto fue todo, amigos? El autor de Los antimodernos colecciona una serie de buenas preguntas con respuestas inscritas a medio camino entre el optimismo y la noción heiddegeriana del ser. ¿Va a seguir la literatura? ¿Va a seguir… simplemente-porque-sí?

Para disipar su duda, Compagnon hace un repaso de la enseñanza de la literatura en Francia (y por extensión en gran parte del mundo). Desde finales del Siglo XVIII su sillón del Collège lo ocupó Jean-Louis Aubert, Antoine de Cournand y Francois Andrieux; y ya en el siglo XX Paul Valéry, Roland Barthes y Marc Fumaroli, entre otros. Unos y otros, dirimieron sus clases entre la historia, la teoría o la crítica.  A la tensión secular de texto y contexto o autor y lector, Compagnon pretende dar un paso adelante.

Cuestiona, con Valéry, la tradición historicista de la enseñanza literaria: “La biografía, las costumbres, las influencias, son los medios de disimulo que se otorga a la crítica para ocultar su ignorancia de la finalidad y del tema”, a decir el autor de Cementerio marino. Pero también discute la vertiente teoricista. Y propone una lectura que supere esta tensión y descanse en ambas a la vez. El proyecto de Compagnon, entonces, es dejar atrás dicotomías que entiende impotentes, sólo para sumar teoría + historia (como “maneras”) + crítica (como “razón de ser”) e intentar entender ya no el presente de la literatura, sino el futuro. De esta manera, tal vez pueda ayudarnos a responder la duda que da título al libro: La littérature, pour quoi faire? ¿Hay realmente todavía cosas que sólo la literatura puede procurarnos? ¿La literatura es indispensable o, por el contrario, es reemplazable?

Se supone, a muchos les encanta decir, que la vida es más agradable, más rica para aquellos que leen que para los que no.

Leer porque sí. “En lo sucesivo -dice Compagnon- la lectura deberá estar justificada, no sólo la lectura corriente, la del lector, las del hombre de la calle, sino también la lectura culta, la del intelectual, la del profesional”.

Leer, por qué no. La finalidad sin fin de Kant. El futuro no es imposible, desea Compagnon. La muerte de la literatura se anuncia año a año y aquí estamos. Pero ahora, valdría aclarar, HBO ha puesto manos en el asunto. Hace pocos días El País publicó un reportaje que comenzaba así: “¿Quiere usted disfrutar de una buena historia? Cierre el libro, póngase cómodo y encienda la televisión. Sí, la televisión”.

Buenos tiempos para los apocalípticos, sobre todo hoy, que dan Six feet Under.

En conclusión, es hora de volver a hacer elogio de la lectura, defenderla en la escuela y en el mundo, apunta Compagnon en ¿Para qué sirve la literatura? y cita a Calvino: “Las cosas que la literatura puede buscar y enseñar son pocas pero insustituibles: la forma de mirar al prójimo y a sí mismo, de atribuir valor a las cosas grandes y a cosas pequeñas, de encontrar las proporciones de la vida, el lugar que en ella ocupa el amor, así como su fuerza y su ritmo, y el lugar que corresponde a la muerte, la forma de pensar en ella o de  no pensar en ella. Y otras cosas necesarias y difíciles, como la duración, la piedad, la tristeza, la ironía y el humor”.

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